2 de mayo de 2012


La misión con la que estamos en este mundo es la de ser felices, sin embargo, como no conocemos la fórmula de la felicidad nos pasamos la vida buscándola. Hay quien la ha encontrado, pero es algo que no puede compartirse porque, aunque los ingredientes básicos sean los mismos, hay uno o varios componentes de la receta que son únicos y exclusivos para cada persona. Así que descubrir ese componente secreto es tu propósito vital.
La felicidad en gran medida responde a satisfacer las necesidades primarias del alma, y no como a priori pudiera parecer, a entregarse a los placeres del cuerpo. Claro que lo segundo es mucho más fácil de detectar que lo primero, y por tanto es más fácil de resolver, aunque puede ser engañoso. Lo que nuestra alma requiere tiene que ver con aquello de lo que carecemos, y que se convierte en lo que más valoramos. Así que cuando conocemos con exactitud cuáles son nuestros valores fundamentales, estos se convierten en las raíces que alimentan nuestros sueños.
Cuando vivimos en contra de nuestros valores primordiales y no enfocamos nuestra vida a cumplir nuestro propósito y a perseguir nuestros sueños, sentimos que nos estamos traicionando y nuestro organismo entero entra en conflicto, lo que se manifiesta en estrés y en enfermedad. No podemos tratar nuestro cuerpo separado de nuestro espíritu, pues somos un todo. Por eso, gran parte de las dolencias y enfermedades, tanto físicas como mentales, tienen su origen en el plano emocional. Así que, no te juzgues si no eres feliz a pesar de “tenerlo todo”, busca en tu interior que es lo que te está faltando a través de lo que estás sintiendo.
Lamentablemente, a menudo confundimos nuestros valores personales con los culturales o sociales, y compramos la idea de felicidad que nos vende el sistema: tener reconocimiento social para ser admirado por tus posesiones materiales y por tus logros profesionales. Pero esto rara vez por si solo hace feliz a nadie, hace falta algo más. Estamos hablando de ser felices y no de tener cosas que den la felicidad, pues no existe nada externo al ser humano que garantice la felicidad. Ésta es más bien una actitud, una decisión, una postura ante la vida, una forma de vivir.
Una persona feliz ama la vida y se alimenta de ese amor universal, aceptando las circunstancias y a las personas, incluso a sí mismos/as, con su lado bueno y su lado malo. Pues la felicidad no tiene nada que ver con la alegría o el placer, ni con la ausencia de dolor o de tristeza. La gran mayoría de las personas que se entregan a los demás y dan un servicio a la sociedad se sienten felices, aunque no tengan nada más. Y es que ayudar al prójimo es el mayor gesto de amor que podemos experimentar.
Quien es capaz de sentirse feliz en medio de la tragedia es porque se entrega a los demás con ese amor incondicional y sincero. Ante la adversidad y el sufrimiento nuestro corazón es capaz de sentir compasión, que es la capacidad de acompañar al otro en su pena y compartirla. En ese acompañamiento uno sale de sí mismo y se trasciende, para aliviar al otro. Así pues, cuando alguien nos necesita nos da la oportunidad de entregarnos, y por tanto de dar y recibir amor, y de alcanzar la felicidad.