8 de julio de 2010

Inocente y perverso como un mundo sin dioses,
alegre y repartido como el pan de los pobres.
No quise retenerlo, ¿de qué hubiera
servido deshacer las
maletas del olvido?

Pero no sé qué diera por tenerlo ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa;
con el descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.
Conservo un beso que sus labios dejaron

impreso en el espejo del lavabo,
una foto amarilla, un corazón oxidado,

y esta sed del que añora la fuente del pecado.
Antes que lo carcoma de la
vida cotidiana

acabara durmiendo
en nuestra cama,
pagano y arbitrario como
un lunes sin clase
se fue de madrugada,
no quiso ser de nadie.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos