30 de agosto de 2011

Hay sentimientos que solo se pueden entender sintiéndolos. Como cuando entristecido el corazón encuentra una cama vacía, habiendo estado llena de pasión la noche anterior, y sabedor de que nunca va a volver a respirar tu olor.
Hay placeres que forman parte de tu vida y que mueven recuerdos una vez los avivas. Como cuando todo está en silencio, cuando las ideas se ven pasar, cuando el vuelo de un pájaro resulta tan ruidoso como un tren llegando a la estación.
En esos momentos, cuando tus ojos azules parecen más azules y refrescan en un día de verano mientras tu sonrisa tímida detrás de esos labios saluda a un nuevo día.
Cuando nuestros labios se separan emiten un sonido reprochador.
Cuando pisas hojas secas y suena como que el mundo se cae.
Cuando una caricia se oye, y se siente más dentro.
Cuando el ruido de una teja suelta azotada por el viento no te deja conciliar el sueño.
Cuando te sirves la leche de una mañana en la taza y el sonido parece hasta ridículo.
Cuando te grito con la mirada que ya no te necesito.
Cuando tus manos se enredan en los bucles de una dama sin permiso.
Cuando uno se deja caer sobre la nieve; y más tarde se oye el dulce crepitar de la chimenea.
Los aplausos, los que te hacen sentirte orgulloso.
Los abrazos, los que te llenan y los que te dejan el corazón helado.
Las lágrimas, las que te conmueven y encojen el alma.
Las palabras, que ennoblecen a aquellos que saben usarlas.
El latir de un corazón, el ritmo, la tranquilidad.